LENIN Y EL PARTIDO DE NUEVO TIPO

1. Lenin y la experiencia de los revolucionarios rusos

La Revolución de Octubre de 1917 cambió para siempre el curso de la historia. A partir de entonces, la revolución proletaria dejó de ser una posibilidad en potencia para convertirse en un acto de transformación radical del conjunto de relaciones sociales. La acción del bolchevismo no solo alteró el cuadro político en Rusia, sino que trastocó la correlación de clases en todo el globo. Durante más de medio siglo la realidad mundial estaría profundamente marcada por el papel independiente del proletariado gracias a la praxis desencadenada por el Partido Bolchevique y su transmisión universal a través de la Internacional Comunista.

Para comprender cómo fue posible el éxito bolchevique y el auge de la Revolución Proletaria Mundial (RPM) es fundamental comprender cómo se fraguó el sujeto revolucionario y cómo llegó a dotarse de su principal herramienta: el Partido Comunista. Para ello la mirada de este artículo se va a centrar en las etapas iniciales de desarrollo de la vanguardia marxista rusa (1883-1903). Ya entonces comenzó a destacarse Lenin, uno de los más geniales revolucionarios que ha dado la historia del proletariado, artífice principal de la concepción del Partido de Nuevo Tipo, concepción que la vanguardia rusa va delineando en sus contornos principales en estas primeras etapas.

En la obra del comunista ruso es habitual la constante mirada hacia el pasado, el análisis crítico de la experiencia previa. En 1920, ya con el proletariado ruso en el poder, y con la perspectiva de varias décadas a sus espaldas, Lenin reflexiona sobre el camino transitado por el bolchevismo y extrae una serie de lecciones fundamentales:

 “Si el bolchevismo pudo elaborar y llevar a la práctica con éxito en los años 1917-20, en condiciones de una gravedad inaudita, la centralización más severa y una disciplina férrea, ello se debe sencillamente a una serie de particularidades históricas de Rusia.

De una parte, el bolchevismo surgió en 1903 sobre la más sólida base de la teoría del marxismo. Y la justeza de esta teoría revolucionaria −y sólo de ésta− ha sido demostrada tanto por la experiencia internacional de todo el siglo XIX como, en particular, por la experiencia de las desviaciones, los titubeos, los errores y los desengaños del pensamiento revolucionario en Rusia. (…) Rusia hizo suya la única teoría revolucionaria justa, el marxismo, en medio siglo de torturas y de sacrificios inauditos, de heroísmo revolucionario nunca visto, de energía increíble y de búsquedas abnegadas, de estudio, de pruebas en la práctica, de desengaños, de comprobación, de comparación con la experiencia de Europa. Gracias a la emigración provocada por el zarismo, la Rusia revolucionaria de la segunda mitad del siglo XIX contaba con una riqueza de relaciones internacionales y un conocimiento tan excelente de todas las formas y teorías del movimiento revolucionario mundial como ningún otro país”[1].

Lenin destaca, en primer lugar, la fortaleza teórica de los revolucionarios rusos como principal clave del éxito de Octubre, como primera piedra, forjada y labrada en las décadas anteriores a 1903. Y es que, para entonces, para los prolegómenos de la primera revolución democrática, la socialdemocracia rusa cuenta con ya casi dos décadas de preciosa experiencia teórica y política.

El bolchevismo engarza directamente con la labor de Plejánov, principal artífice del primer círculo marxista en el ambiente de vanguardia ruso, entonces hegemonizado por el populismo. El grupo de Plejánov, Emancipación del Trabajo, conformado en 1883, centró su actividad en el estudio y la propaganda de las ideas marxistas provenientes de occidente con el fin de asentar una teoría genuinamente revolucionaria y de combatir las concepciones populistas, que enaltecían el papel del campesinado y creían posible saltarse la etapa de desarrollo capitalista en Rusia por las peculiaridades de la comuna rural campesina. Tal labor sería clave para comenzar a fijar los fundamentos estratégicos de la revolución, asimilando, desarrollando y difundiendo entre los sectores de vanguardia las concepciones más avanzadas de la socialdemocracia alemana, por entonces la vanguardia de la clase obrera internacional. Esta asimilación teórica permitió madurar una comprensión racional del papel históricamente progresivo del capitalismo y de la necesidad de una revolución burguesa que barriera con los vestigios feudales en Rusia, aún muy importantes en el campo. Por otro lado, permitió penetrar científicamente en la esencia de la clase obrera como genuina clase de vanguardia y apuntar hacia su necesaria maduración política a través de su partido independiente. De esta forma, los primeros círculos de vanguardia, poblados por un escasísimo número de miembros, contribuyeron a deslindar campos con la ideología pequeño-burguesa y a desarrollar las bases elementales de la teoría marxista en Rusia.

Influenciados por el grupo de Plejánov, cada vez más círculos marxistas comienzan a emerger a finales de la década de 1880 y principios de la de 1890, de forma paralela al auge del movimiento obrero. Estos círculos dedicaban su atención al estudio del marxismo y su propagación entre núcleos reducidos de vanguardia. Sin embargo, ya entonces se producen los primeros intentos por conectar con el ascendente movimiento obrero, de fundir la teoría con la práctica. Para ello, algunos círculos comienzan a desplegar actividad entre unos pocos obreros avanzados, buscando formarlos en la teoría marxista y en las tareas de propaganda, ya que, como el marxismo nos enseña: la obra de emancipación del proletariado solo puede ser obra del proletariado mismo. Es decir, se hace esencial que en la clase obrera penetre firmemente la ideología marxista.

Es precisamente entonces cuando Lenin inicia su carrera política. Desde bien pronto empieza a destacarse en la labor teórica en uno de los recién formados círculos. Principalmente, a través de sus profundas críticas, sostenidas en los principios del marxismo, a las bases del populismo, contribuyendo a la fundamentación científica de las premisas generales de la revolución rusa. Y es que a principios de la década de los 90 la ideología populista estaba viviendo un nuevo repunte y era imperativo articular una respuesta teórica profunda.

Unos años más tarde, el propio Lenin sintetizaba la esencia de esta primera etapa de desarrollo de la vanguardia rusa:

  “El primer periodo comprende cerca de un decenio, de 1884 a 1894, poco más o menos. Fue el período en que brotaron y se afianzaron la teoría y el programa de la socialdemocracia. El número de adeptos de la nueva tendencia en Rusia se podía contar con los dedos de las manos. La socialdemocracia existía sin movimiento obrero y pasaba, como partido político, por el proceso de desarrollo intrauterino” [2].

Así, en estos primeros momentos la vanguardia se dedica principalmente al asentamiento de la ideología marxista de forma paralela al movimiento espontáneo de la clase obrera. Cabe resaltar que esta tarea ideológica es llevada a cabo, esencialmente, por miembros desclasados de la intelectualidad burguesa. Tanto Plejánov como Lenin, al igual que la mayoría de los posteriores bolcheviques destacados, provienen de ese medio ambiente. Esto no era algo peculiar de Rusia, sino que era una circunstancia histórica general que estaba en la base misma del marxismo, algo que el propio Lenin resalta con claridad:

“la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras. Por su posición social, los propios fundadores del socialismo científico moderno, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa. De igual modo, la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia independiente por completo del crecimiento espontáneo del movimiento obrero, ha surgido como resultado natural e ineludible del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas. Hacia la época que tratamos, es decir, a mediados de los años 90, esta doctrina no sólo era ya el programa, cristalizado por completo, del grupo Emancipación del Trabajo, sino que incluso se había ganado a la mayoría de la juventud revolucionaria de Rusia” [3].

Estos intelectuales revolucionarios rusos no partían de cero. Como se ha señalado, seguían con atención lo más avanzado del marxismo de la época, representado por el SPD, el partido socialdemócrata alemán. Durante las décadas de los 80 y los 90 de este siglo, los socialdemócratas alemanes, con Kautsky a la cabeza, jugaron un papel fundamental en la sistematización de las ideas marxistas y en su difusión entre la vanguardia europea, sobre todo a partir de la configuración de la II Internacional. La vanguardia rusa, cuando comienza a madurar, se encuentra, pues, con un marxismo ya configurado históricamente, con una vanguardia alemana en la cual el socialismo científico era hegemónico. De esta forma, aunque la ideología fue la primera piedra de todo el proceso bolchevique, los fundamentos más generales del marxismo podían darse por acabados. Así, la vanguardia rusa no necesita volcarse en un trabajo de profunda elaboración teórica, sino que tiene como tarea central la asimilación de ese bagaje y su concreción en las circunstancias específicas de la formación política zarista [4].

El mencionado repunte del populismo en la década de 1890 vino a coincidir con el surgimiento de una nueva tendencia en el ambiente de vanguardia ruso, el marxismo legal. Era este un sector proveniente de la intelectualidad liberal que se había visto influenciado por las ideas marxistas. Lenin y los marxistas revolucionarios se aliaron tácticamente con ellos (sin ningún tipo de concesión de principios) con el objetivo de derrotar definitivamente al populismo y de expandir el radio de acción de la teoría socialista científica. Sin embargo, esta tendencia no tardaría en mostrar su carácter marcadamente conciliador, pues, en el fondo, solamente estaban interesados en tomar del marxismo aquellos elementos útiles para justificar la introducción del capitalismo en Rusia, dejando de lado su potencial transformador y revolucionario. Los revolucionarios rusos, con Lenin a la cabeza, rompieron finalmente con los marxistas legales al constatar su carácter plenamente reformista, poniendo en claro el horizonte último de la dictadura del proletariado e incidiendo en el papel independiente y de vanguardia del proletariado en todo el proceso revolucionario. A través de la lucha ideológica contra el marxismo legal, los marxistas revolucionarios terminan de configurar la estrategia revolucionaria de acuerdo con las características de la estructura de clases zarista.

A la par que la vanguardia va madurando ideológica y políticamente, el movimiento obrero comienza a despuntar en Rusia a través de huelgas económicas cada vez más numerosas e intensas. Es entonces cuando, en palabras de Lenin, “el socialismo aparece como movimiento social, como impulso de las masas populares, como partido político” [5]. Este acercamiento al movimiento obrero se venía articulando en ese despliegue de formación y propaganda entre algunos obreros aventajados. Ante el explosivo auge de las masas, Lenin advierte la necesidad de aumentar el radio de acción de la vanguardia para conectar eficazmente con la clase obrera fabril. Para ello plantea la articulación de una labor política agitativa que fuese más allá del trabajo enclaustrado de círculo, agitación desde la que vincular las manifestaciones concretas de opresión de las masas con el marxismo y la revolución. Entre 1894 y 1898 se produce, pues, un salto cualitativo en el despliegue de trabajo práctico de la vanguardia que culmina en la creación del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR) a través de su I Congreso.

No debe olvidarse el aspecto medular de la concepción leninista del Partido, aquello sobre lo que el bolchevique incidiría a lo largo de todo su recorrido político:

“Por eso vemos que en todos los países europeos se manifestó cada vez con mayor fuerza la tendencia a fusionar el socialismo y el movimiento obrero en un movimiento socialdemócrata único. La lucha de clase de los obreros se convierte, en virtud de esa fusión, en lucha consciente del proletariado por liberarse de la explotación a que le someten las clases pudientes, y se constituye la forma superior del movimiento obrero socialista: el partido obrero socialdemócrata independiente” [6].

Es decir, la conformación de un genuino Partido revolucionario exige, para Lenin, no solo el desarrollo de una vanguardia educada en el marxismo, en sus principios inquebrantables, sino también su fusión estrecha con el movimiento obrero, su transformación mutua en un movimiento político revolucionario. Esta dialéctica entre socialismo y movimiento obrero, se expresaba a través de la constante elevación ideológica y política de las masas a posiciones de vanguardia, asegurada por la independencia de esta con respecto a la espontaneidad. Según Lenin, los revolucionarios marxistas se dirigen al movimiento obrero no para afirmar la condición del proletariado como objeto explotado, sino para transformar su conciencia en sí, espontánea y reformista, en conciencia para sí, revolucionaria:

“Pero el desarrollo espontáneo del movimiento obrero marcha precisamente hacia la subordinación suya a la ideología burguesa, sigue precisamente el camino trazado en el programa del Credo, pues el movimiento obrero espontáneo es tradeunionismo, es Nur-Gewerkschaftlerei, y el tradeunionismo no es otra cosa que el sojuzgamiento ideológico de los obreros por la burguesía. De ahí que nuestra tarea, la tarea de la socialdemocracia, consista en combatir la espontaneidad, en apartar el movimiento obrero de este afán espontáneo del tradeunionismo, que tiende a cobijarse bajo el ala de la burguesía, y enrolarlo bajo el ala de la socialdemocracia revolucionaria” [7].

Como ya se vio, el movimiento obrero surge y se desarrolla de forma ajena a la vanguardia, con sus propias premisas y dinámicas. Conviene detenerse aquí un momento para explicar esta cuestión y, así, comprender qué requisitos debía afrontar la vanguardia rusa a la hora de plantear su vinculación con el movimiento de masas.

En las últimas décadas del siglo XIX, el proletariado, a nivel histórico, culmina su maduración como clase en sí, como clase capaz de reconocerse a sí misma frente a la burguesía a través de la cohesión de sus luchas económicas y de la configuración de sus herramientas políticas propias. La clase obrera pudo tomar conciencia de su papel particular en el entramado capitalista gracias a su actividad en los cada vez más amplios sindicatos y, sobre todo, con la configuración de los partidos de masas. El SPD tuvo, de nuevo, una labor fundamental en la articulación de un fuerte movimiento obrero a nivel nacional en Alemania, unificando la labor teórica, política y económica. Aunque, si bien jugó un papel importante en la articulación de una teoría de vanguardia, el peso de su labor se encontraba en la actividad político-económica de carácter reivindicativo frente al Estado burgués, por el imperativo de asegurar esa maduración del proletariado como clase en sí. La articulación de la II Internacional actuaría como correa de transmisión de las bases perfiladas por el SPD entre lo más avanzado del proletariado internacional.

En el caso ruso, sin embargo, la conformación del proletariado como clase en sí se produce con retraso con respecto a occidente. Aunque en las décadas anteriores se habían dado destellos de lucha económica, es a mediados de los 90 del siglo XIX cuando el proletariado da un salto a través de huelgas cada vez más amplias, conscientes y radicales.

Así, el período de maduración de la vanguardia rusa coincide con la culminación del proceso de maduración histórica del proletariado como clase económica, proceso que en el caso ruso aún está pendiente de colmatarse, debido al retraso del Estado zarista. Aquí apenas había comenzado a desarrollarse la industria capitalista, implantada en un puñado de ciudades con una alta concentración de obreros. Por ello, aún se daba la necesidad de que la clase obrera madurase al calor de sus reivindicaciones económicas e inmediatas, las cuales, bajo el contexto de un Estado autocrático incapaz de integrar a la nueva clase emergente, tornaban rápidamente en lucha política contra el gobierno zarista. Así será como el proletariado comience a reconocerse como sujeto unificado e independiente en el conjunto de clases dentro del plano nacional.

Esta situación se une estrechamente a la pervivencia de relaciones de tipo semifeudal, con tareas democrático-burguesas pendientes y un gobierno zarista poco abierto a la apertura liberal, fruto de aplicar la vía prusiana de transformaciones económicas y sociales capitalistas, cuyo beneficio redundaba en la misma clase aristocrática que detentaba el poder. Esto se va a materializar en un movimiento de masas no solo obrero, sino también campesino, que cada vez será más explosivo y radical. Ejemplo paradigmático será la Revolución democrática de 1905, iniciada espontáneamente por el proletariado y campesinado, en la que las huelgas económicas rápidamente toman cariz político contra la autocracia, se da un despliegue de medios violentos, incautación de tierras a los terratenientes, etc.

La vanguardia rusa se encuentra, por tanto, con un movimiento espontáneo en auge y que incluso llega por sí mismo a cuestionar las relaciones precapitalistas. Estas circunstancias sociales y políticas impelían a la vanguardia a acelerar las etapas de su constitución con el objetivo de no perder aliento frente a ese movimiento obrero y democrático en ascenso. Por eso Lenin, desde bien pronto, destacaba la necesidad de atender a los mecanismos adecuados para conectar con el movimiento de masas, de configurar las herramientas políticas del Partido. 

La vanguardia y las masas se configuran como dos entes diferenciados, cada uno con sus lógicas, mecanismos y ritmos. Por un lado, una vanguardia proveniente de la intelligentsia radical, educada en los principios de un marxismo ya acabado, forjada a través del estudio, la propaganda y la lucha de dos líneas. Por otro lado, unas masas obreras provenientes de la industria capitalista educadas en sus luchas espontáneas y democráticas, cada vez en mayor efervescencia. Consecuentemente, el bolchevismo, a la hora de encarar su ligazón con las masas, se ve impelido a poner el acento en el aspecto político, en los mecanismos de dirección necesarios para enraizar en ese movimiento dado y fundirse rápidamente con él. Se trataba de aprovechar el marco espontáneo y democrático-burgués como plataforma desde la que acelerar el ulterior advenimiento del socialismo.

Aunque entre 1894 y 1898 el socialismo consigue tener incidencia política entre las masas, en los años posteriores se produce un serio retroceso en el seno de la vanguardia. El I Congreso se salda con la detención y encarcelamiento de los principales dirigentes revolucionarios. Entonces, se pone a la cabeza del movimiento socialdemócrata un nuevo sector oportunista: el economismo. Los economistas absolutizaban la actividad apegada al movimiento espontáneo, minusvaloraban el papel de la conciencia y de la vanguardia, y excluían la necesidad del proletariado de dotarse de su Partido independiente. El surgimiento de esa tendencia oportunista puede explicarse por varios factores. Primero, los nuevos dirigentes eran jóvenes recién incorporados al movimiento socialdemócrata y su experiencia se había dado al calor de las crecientes luchas obreras, lo que llevó a muchos a exagerar el trabajo económico y agitativo. Segundo, apenas habían comenzado a digerir la teoría del socialismo científico y estaban mediatizados por la difusión del mismo por parte del marxismo legal, con su consiguiente rebaja. Tercero, la estructura partidaria de la socialdemocracia rusa adolecía de una severa dispersión organizativa, con una fisionomía de círculos locales que actuaban sin un nexo central común, en los cuales predominaba la atención a las luchas inmediatas de cada zona y, por ende, económicas.

Tras los anteriores periodos de avances, la vanguardia entraba ahora en una peligrosa etapa donde se ponían en riesgo todas las conquistas previas. Ante esta situación, Lenin elaboró un plan para recomponer a la vanguardia y poder superar a la nueva tendencia revisionista, volviendo a situar la solidez ideológica como eje central desde el que poder avanzar política y organizativamente y, así, volver a plantear un vínculo con el movimiento obrero desde un plano más elevado. El plan de Lenin se sostenía en la configuración de un periódico desde el que tratar todos los problemas de fondo del movimiento revolucionario. En 1900 Lenin se encamina en esa dirección, entrando en contacto con Plejánov y otros socialdemócratas revolucionarios para planificar la redacción del periódico Iskra. Antes de iniciar su publicación, Lenin dejaba meridianamente claros los objetivos perseguidos con dicho órgano: “Antes de unificarse y para unificarse es necesario empezar por deslindar los campos de un modo resuelto y definido. De otro modo, nuestra unificación no sería más que una ficción que encubriría la dispersión existente e impediría acabar con ella de manera radical”[8].

A ese deslinde de campos radical es a lo que se dedicaron Lenin y sus seguidores los dos años siguientes a través de un tratamiento sistemático de los problemas estratégicos, tácticos y, lo que era fundamental, sobre la naturaleza de la organización revolucionaria. Los resultados de esta actividad se vieron reflejados en la famosa obra ¿Qué hacer?, así como en otros textos de carácter interno, en donde Lenin plasmó sus concepciones sobre el Partido. Frente a las inercias espontaneístas del oportunismo, Lenin enfatizaba en su obra el papel nodal de la vanguardia desde todos los puntos de vista, tanto en el aspecto teórico, como en el político y, finalmente, en el plano organizativo.

Lenin denominó como métodos artesanales o primitivos de trabajo a la tendencia que empujaba a legitimar las tareas de círculo de forma indefinida, aun con las condiciones objetivas para remachar la organización revolucionaria de forma centralizada, bajo un plan meditado y con una preparación sólida de los cuadros revolucionarios. Dichos métodos artesanales conllevaban un constante peligro de exposición por parte de los militantes socialdemócratas frente a las fuerzas policiales zaristas, ya que se lanzaban a la lucha abierta sin mayor preparación. Para Lenin, la actividad revolucionaria iba necesariamente aparejada a la clandestinidad, al cultivo de dinámicas que permitieran la seguridad de los revolucionarios y la continuidad de sus organismos. Para asegurar ese carácter conspirativo era imperativo delimitar perfectamente la diferencia entre la organización de las masas y la organización de los revolucionarios. Mientras que la primera debía ser lo más amplia y abierta posible para incorporar al mayor número de obreros a la lucha, la organización de los revolucionarios debía abarcar a un pequeño núcleo de militantes consagrados por entero a la actividad revolucionaria y estructurarse alrededor de estrictas normas de secretismo, vigilancia y seguridad.

Los economistas justificaban la dispersión organizativa que sufría el POSDR, la labor artesanal del círculo aislado y local, alegando que esta era la fisionomía más adecuada para conectar inmediatamente con las masas obreras y sus reivindicaciones inmediatas, inherentemente reformistas. Reclamaban una organización totalmente transparente en la que hubiese plena publicidad de los acuerdos del partido, hacia dentro y hacia fuera, y en la que todos los miembros y simpatizantes pudieran ejercer un control constante de toda la actividad. Lenin denominó esta concepción como democratismo burgués, el cual era contrario a su concepción centralista de la organización, estructurada alrededor de la clandestinidad más rigurosa y de la más sólida preparación ideológica y política de los revolucionarios profesionales. Para Lenin esto era lo verdaderamente importante, lo que permitía asegurar la direccionalidad revolucionaria en los diversos eslabones del Partido y era esencial para guarecer las fuerzas frente a la estricta vigilancia de la autocracia zarista.

En el ¿Qué hacer? Lenin finaliza exponiendo su plan para la construcción política y organizativa del POSDR. De nuevo, comienza contrastando con las inercias localistas que se habían instalado en una gran parte de los socialdemócratas. El plan leniniano proponía dicha construcción desde un plano de actividad superior que rompía con el sentido común de los que proponían empezar con lo que se tenía más a mano. Se trataba de articular un periódico central para toda Rusia como primer eslabón al que agarrarse para reorganizar el Partido, para hacer de este un genuino organismo revolucionario, una estructura unificada y cohesionada que apuntase a una dirección revolucionaria común. A través de dicho periódico se buscaba educar a todos los militantes y organismos desde el tratamiento sistemático de las diversas problemáticas políticas de todas las clases de la Rusia zarista, buscando forjar una perspectiva proletaria independiente ante todas ellas. Solo una labor así, consciente y regular, permitiría alzar las miras de las bases y quebrar las dinámicas de círculo que, dejados a su labor cotidiana, tendían necesariamente a su constante autorreproducción.

  En resumen, Lenin enfatizaba el aspecto centralista de la estructura partidaria como expresión natural de su perspectiva ideológico-política, por la cual la obra revolucionaria solo podía garantizarse desde la independencia de la vanguardia con respecto a la espontaneidad obrera y las inercias generales de la sociedad clasista.

Pero que Lenin incidiera en el aspecto centralizador y de vanguardia no quiere decir en ningún caso que se olvidase del problema de cómo articular el vínculo con las masas. Como se ha señalado, ese vínculo es clave para poder hablar de un genuino Partido en el sentido leninista. El revolucionario ruso expuso con claridad ese vínculo organizativo en algunos textos internos. Si en un sentido general, social, el Partido leninista se comprende como la fusión del socialismo científico con el movimiento obrero, en el plano organizativo esto se expresaba como una suma de organizaciones de todo tipo, que iban desde lo más estrecho e ilegal hasta lo más amplio y legal. Antes se puso peso en la diferencia entre ambos respectos. De lo que se trata ahora es de comprender su nexo. 

Según lo describe Lenin en el texto Carta a un camarada acerca de nuestras tareas de organización, la estructura ilegal debía estar conformada por una red de organismos que partían desde el Órgano Central y el Comité Central, pasando por los Comités Locales, de los cuales surgía toda una vasta red de grupos y subcomités de distinto tipo, según el carácter de la actividad y de las masas a las que se dirigían. Especialmente importantes eran los Subcomités de Fábrica, encargados de engarzar con la principal fuerza política del momento: los obreros industriales [9]. Para ello, debían encargarse de crear Grupos o Círculos de Fábrica junto a los trabajadores, con distintos grados de clandestinidad según el tipo de tarea asignada, (círculos para la distribución de literatura, de lectura clandestina, para dirigir el movimiento sindical, de agitadores, etc.) siendo algunos de ellos legales. Algunos de estos grupos, llegado el caso, podrían llegarse a formar parte orgánica del POSDR, mientras que otros se mantendrían formalmente externos a este.

A partir de esta conceptualización podemos extraer una clave esencial: lo que garantizaba el vínculo entre la vanguardia y las masas era la generación de organismos intermedios formados por cuadros revolucionarios junto a las masas sin partido. Había de ser la labor ideológica y política de estos organismos y de los cuadros revolucionarios que los conformaban, su mediación, la que asegurase y afianzara el vínculo interno entre el socialismo científico y el movimiento obrero.

La labor de Lenin y los iskristas entre 1901 y 1903 fue fundamental para barrer al economismo del seno de la vanguardia. A través de la persistente crítica en todos los frentes, la línea revolucionaria consiguió aislar a esta línea oportunista, ganando para el iskrismo numerosos organismos afines al economismo. El II congreso, celebrado en septiembre de 1903, certificó la derrota de los economistas, así como el fortalecimiento teórico y político del ala revolucionaria. De esta forma, se comprueba como la vanguardia marxista en Rusia pudo desarrollarse y madurar a lo largo de 20 años a través de la más implacable lucha ideológica. Ya fuera contra el populismo, el marxismo legal o el economismo, los revolucionarios consecuentes antepusieron en todo momento la crítica frente a la unidad sin principios que, precisamente, defendían los revisionistas. Desde el deslinde de campos sostenido en la firmeza ideológica, la vanguardia derrotó a las distintas variantes de oportunismo a la par que desarrolló los principios revolucionarios en materia ideológica, política y organizativa.

El II Congreso también fue importante en otro sentido. En él pudo discutirse y aprobarse el programa del Partido, de nuevo gracias a la labor previa de los iskristas, quienes se habían encomendado la preparación del mismo para expresar con claridad las tareas prácticas del proletariado en la revolución. Habiendo definido los principios generales y la estrategia, se trataba de concretar esto en un programa que vinculase el horizonte de la dictadura del proletariado con las luchas y necesidades de las masas, que expresara la solución revolucionaria de las mismas. Relacionado con esto, en el II Congreso la vanguardia apuntó hacia la táctica política a seguir en el futuro inmediato de cara a la revolución burguesa pendiente. Ya entonces Lenin estaba prestando una especial atención a la cuestión campesina, constatando la creciente importancia de esta clase en el panorama político ruso. Así, se empieza a cimentar la posterior tesis bolchevique: el proletariado habría de ser la clase de vanguardia en la revolución burguesa y aliarse de forma estrecha con el campesinado, con el objetivo de conformar una dictadura democrática como paso previo a la dictadura proletaria.

El II Congreso, también supuso la ruptura del iskrismo en dos alas enfrentadas, la bolchevique y la oportunista menchevique. El punto de partida de la ruptura entre bolcheviques y mencheviques, como es sabido, lo marca la discusión de los estatutos del Partido, alrededor de quién debía considerarse como miembro del mismo. El punto de vista de Martov (posterior menchevique), que terminó imponiéndose, era similar al de Lenin. Sin embargo, existía un matiz de calado: mientras Lenin ponía como criterio la participación personal en una organización del Partido, Martov defendía que bastaba con trabajar bajo el control de una organización del Partido. Lenin, una vez más, volvería a poner en primer plano el deslinde contra los oportunistas, aprovechando la polémica para volver a incidir sobre los aspectos organizativos del Partido revolucionario.

El trasfondo de la disensión sobre los estatutos era más importante de lo que pueda parecer, pues reflejaba dos concepciones organizativas opuestas sobre el Partido. O bien una organización centralizada de vanguardia, con estricto control sobre sus actividades de sus integrantes, o bien una organización abierta, de masas, que abría la puerta a cualquier simpatizante, huelguista u oportunista. Se trataba, en este sentido, de aclarar el modelo de militante revolucionario, de cuadro partidista:

“¿Cualquier huelguista debe tener derecho a declararse miembro del partido? Con esta tesis, el camarada Martov lleva en el acto su error al absurdo, rebajando el movimiento socialdemócrata al espíritu de huelga (…). Pero seremos seguidistas si consentimos que esta forma elemental de lucha, ipso facto nada más que forma tradeunionista, se identifique con la lucha socialdemócrata, multilateral y consciente” [10].

Y es que para Lenin las relaciones de organización partidarias expresaban relaciones de conciencia, es decir, el grado de asunción del marxismo y de las tareas revolucionarias:

“precisamente porque hay diferencias en el grado de conciencia y de actividad es necesario hacer distinción en cuanto al grado de proximidad al partido. (…) Olvidar la diferencia que existe entre el destacamento de vanguardia y toda la masa que gravita hacia él, olvidar el deber constante que tiene el destacamento de vanguardia de elevar a sectores más amplios cada vez a un nivel superior sería únicamente engañarse a sí mismo, cerrar los ojos ante la inmensidad de nuestras tareas, restringir nuestras tareas. Y precisamente en ese cerrar los ojos y en ese olvidar se incurre cuando se borra la diferencia existente entre los que se adhieren y los que ingresan, entre los conscientes y los activos, por una parte, y los que ayudan, por otra” [11].

Como se ve, Lenin remarcaba la diferencia entre el militante revolucionario y el sindicalista, la barrera entre la organización de la vanguardia y la organización de las masas, con el objetivo de deslindar campos con la visión liberal del menchevismo, que reeditaba el espontaneísmo de la línea economista en materia organizativa. Pero también incidía en el vínculo entre ambos aspectos y señalaba que “para ser en realidad intérprete consciente, el partido debe saber establecer unas relaciones de organización que aseguren determinado nivel de conciencia y eleven sistemáticamente este nivel” [12]. Para Lenin esto era, en esencia, el centralismo democrático: la articulación de aquella suma de organismos de todo tipo, estructurados de arriba abajo, en función del nivel de conciencia (dialéctica vanguardia-masas), lo cual permitía enraizar la ideología revolucionaria en masas cada vez más amplias gracias al rol de los organismos intermedios y de los cuadros marxistas. Los eslabones superiores aseguran el atesoramiento de la ideología revolucionaria frente a las inercias del suelo espontáneo y burgués (con sus métodos artesanales, localistas y democratistas) y garantizan el estricto seguimiento de las normas de clandestinidad para asegurar la continuidad de la obra revolucionaria. Desde la independencia de ese medio espontáneo, y la permanente autoelevación de la vanguardia, se proyecta la incorporación de las bases a las tareas revolucionarias, su constante elevación. En esta construcción organizativa juega un papel central el órgano propagandístico como educador colectivo, como medio para alzar la perspectiva del conjunto de vínculos del partido por encima del medio local y particular. El periódico leninista busca forjar revolucionarios profesionales en todas las instancias de la vanguardia, cuadros que interioricen los principios y la política revolucionaria para hacer de ellos propagandistas eficaces (tribunos populares). Finalmente, lo que posibilita la fusión del socialismo científico con las masas, más allá de las fronteras organizativas de la vanguardia, es la creación de organismos intermedios poblados por cuadros revolucionarios que median la ideología entre las masas de su alrededor.

El POSDR rompe, pues, con la noción antidialéctica del Partido típica del revisionismo, que mantiene a la vanguardia y a las masas como dos entes diferenciados. Según esta concepción el vínculo entre ambas se hallaría de forma externa, o bien a través del trabajo individual de los militantes en la labor económica y resistencial para tratar de dirigirla, o bien a través de la incorporación inmediata y masiva de individuos en determinada estructura organizativa. Y es que el revisionismo, por su vocación reformista de las relaciones burguesas, pone en primer plano la influencia política en el entorno dado, buscando hegemonizar a las masas que encuentra en su inmediatez. La noción leninista asegura, por el contrario, un vínculo social, supraindividual, que permite el trasvase planificado de los principios revolucionarios entre masas cada vez más amplias y su progresiva elevación consciente, articulando un movimiento político de nueva planta cualitativamente distinto de las dinámicas espontáneas de la clase. Se trata de una relación fluida por la cual las formas organizativas se amoldan a las cambiantes relaciones de conciencia. Se crean y se destruyen en función de las necesidades de cada momento de la revolución. Así, por ejemplo, determinadas formas pueden ser necesarias y progresivas en un momento dado para un pequeño círculo y, más adelante, resultar caducas para articular relaciones sociales más complejas, en un entorno político más amplio y diverso.

En el transcurso de 20 años, de 1883 a 1903, la línea revolucionaria en Rusia, que partía de unas coordenadas ideológicas generales con vigencia histórica, fue progresando mediante la lucha de dos líneas desde las cuestiones más abstractas a las más concretas. La vanguardia comenzó asimilando los principios generales del marxismo difundidos por la II Internacional, que consiguió resumir en la defensa de una estrategia general de la revolución (Dictadura del Proletariado). Seguidamente, se articuló una táctica que concretaba la estrategia en un contexto político determinado (actuar como partido independiente en la revolución democrático-burguesa). Finalmente, se pudo delinear un programa desde el que incorporar la acción de las grandes masas obreras en la estrategia y la táctica del partido. Aunque el bolchevismo aún habría de afrontar duros retos en el futuro, para 1903 ya cuenta con una firme solidez de vanguardia que le permitirá apuntar hacia la fusión con el movimiento obrero para culminar la constitución del Partido de Nuevo Tipo. Tarea a la que se encaminará en 1905 con el estallido de la primera revolución democrática rusa.

2. Las tareas actuales del proletariado revolucionario en la recuperación del Partido Comunista

Octubre nos ofrece elementos novedosos y universales. Sin embargo, también es cierto que hoy la revolución proletaria parece estar más lejos que nunca, ya que los Partidos Comunistas han sido desmantelados. Y, lo que es más grave por atacar a los cimientos del edificio, todo horizonte de emancipación se ha sustituido en la vanguardia por el pragmatismo político. Corroído por la misma estrechez de miras que impulsaba a marxistas legales, economicistas y mencheviques. Entonces la pregunta es obvia ¿por qué la misma letra leninista, tal y como ha llegado a nuestra generación de comunistas, no está desencadenando la revolución? ¿Qué ha cambiado para que así sea?

Sería un error buscar una copia mecánica y exacta de los requisitos y etapas atravesadas por el bolchevismo. Y es que hoy las circunstancias históricas se han modificado debido al desarrollo de la lucha de clases, principalmente debido al despliegue de la revolución proletaria, que ha hecho caducar algunas de las premisas históricas que estaban en la base de Octubre. Los marxistas, si somos consecuentes con el materialismo histórico, debemos hacer un esfuerzo por penetrar en aquellas premisas y contrastar con las necesidades actuales del comunismo, algunas de ellas novedosas con respecto a la obra bolchevique. Se trata de ejercer un estudio totalizador, científico y crítico, a través del cual podamos extraer genuinas lecciones universales para cimentar la revolución comunista. De lo contrario, si lo que se busca es extraer respuestas inmediatas en una u otra fase de la historia del proletariado, trasladándolas mecánicamente al momento actual, no será la ideología marxista lo que saldrá fortalecida, sino un engendro revisionista formado por un recetario de fórmulas y clichés. Partiendo desde esta perspectiva, se pueden desentrañar algunos elementos a partir de la exposición de las etapas de conformación de la vanguardia rusa descritas.

El símil más “aproximado” entre nuestro contexto histórico y el de los bolcheviques es la etapa entre mediados de los 80 e inicios de los 90. Cuando de lo que se trataba era de escoger la ideología guía de todo el proceso revolucionario frente al populismo. Pero entonces había un marxismo internacional que defender directamente en el contexto ruso. Por eso las tareas consistían en estudiar esa teoría de referencia acabada en lo fundamental y propagarla. El primer y más importante hito que nos separa es que hoy nos enfrentamos a una ausencia sin precedentes de una teoría revolucionaria coherente y preparada para guiar el proceso histórico de emancipación social. Es decir, hoy simplemente no existe un marxismo de nuestros días, que esté a la altura por englobar y superar la Revolución Proletaria precedente (Octubre).

A esta dificultad añadida, se le suma que la parte de la sociedad que natural y espontáneamente ocupa el rol de productora de ideas en general, la intelectualidad burguesa, ya no suple el rol de elaboración teórica revolucionaria. Hoy, la intelectualidad burguesa ya no juega ni puede jugar un papel importante en esta tarea ideológica. Tras el despliegue de la revolución proletaria y el papel independiente jugado por el proletariado, junto a la posterior derrota y el periodo de reacción que vivimos, este sector social ha perdido ese rol revolucionario. Consiguientemente, solo el proletariado, con sus propias fuerzas, puede tomar para sí dicho papel, lo que imprime mayor dificultad al proceso.

La intelectualidad desclasada de la vanguardia rusa ya partía desde un principio de un medio ambiente propicio para la labor teórica, con un bagaje formativo muy amplio y ajena a la espontaneidad obrera, siendo su problema principal el de plantear los mecanismos de fusión con las masas de la clase. Los sectores más conscientes del proletariado de nuestros días, sin embargo, debemos realizar un tremendo esfuerzo por separarnos de las lógicas espontáneas de la clase, que tiran constantemente hacia abajo, para dedicarnos a las necesidades teóricas de la revolución.

También existen cambios sustanciales con respecto a las masas de la clase. En nuestros días la derrota del proyecto comunista se expresa no solo en una desorientación palmaria de la vanguardia, sino también en una total desconexión del movimiento obrero con respecto a los problemas de la revolución proletaria y en una hegemonía de la aristocracia obrera y sus correas de transmisión. Por eso la vanguardia, formada por aquellos que comprenden los requisitos actuales de la revolución y que trabajan por su solución, no puede dirigirse inmediatamente al movimiento práctico de la clase, pues no existen las mediaciones adecuadas para ello. Actualmente, la vanguardia solo puede dirigirse a los sectores del proletariado más avanzados y receptivos al marxismo, aquellos preocupados por la teoría, por la superación del capitalismo, e incorporarlos a la resolución de los problemas universales del comunismo. Esta es la forma que necesariamente toma hoy la dialéctica vanguardia-masas leninista.

En la misma dirección, en las actuales circunstancias históricas, la espontaneidad obrera ya no está a la ofensiva ni existe un caldo de cultivo democrático-radical, factores que permitían una conexión más directa y veloz entre vanguardia y masas, y que servían de plataforma sobre la que auparse hasta el socialismo. Hoy el capitalismo se halla plenamente estabilizado. Las luchas espontáneas y parciales de las masas no sirven para dar cohesión política a la clase oprimida ni son un revulsivo radical contra el orden establecido, sino que se articulan tomando al Estado burgués como legítimo interlocutor, como contraparte negociante, que puede asimilarlas sin ver cuestionados sus cimientos. El imperialismo asienta el capitalismo en clave reaccionaria. Correlativamente, las inercias generales del mundo burgués tienden en todo ámbito hacia la reacción y todo horizonte de emancipación ha sido borrado del mapa. La caducidad histórica de los mecanismos espontáneos y democrático-burgueses impide calcar el proceso de fusión que se puso sobre la mesa para la vanguardia revolucionaria rusa a partir de la segunda mitad de la década de los 90. Hoy, la vanguardia, una vez rearmada ideológicamente, debe proyectar de una manera plenamente consciente los mecanismos de construcción revolucionaria: escindir a las masas obreras de su suelo inmediato, de sus luchas de resistencia contra el capital, e incorporarlas a los organismos sustantivos y propios del proletariado revolucionario sin esperar (o más bien verse atropellada como ocurrió en el caso ruso) por una crisis objetiva producida al margen de su actividad partidaria. De esta forma, el Partido Comunista emerge con toda claridad como núcleo de construcción consciente del comunismo. El sujeto revolucionario ya no puede ni debe apoyarse en mecanismos espontáneos de ningún tipo, pues estos han agotado todo su potencial de progreso histórico.

El timing de la revolución proletaria en la actualidad está marcado solamente por la capacidad del proletariado comunista para resolver las duras tareas objetivas que exige la forma leninista de partido en nuestros días. Empezando por el desarrollo interno del marxismo a través de su verdadero motor, la lucha de dos líneas, y transitando todo el camino de constitución partidaria hasta la fusión con las amplias masas de nuestra clase.


[1]Lenin, V. I.; La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo (1920), Fundación Federico Engels, 1998, pp. 33 y 34.

[2]¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento (1902), en Lenin: Obras Escogidas, t. 2, Progreso, 1975, p. 176.

[3]¿Qué hacer? (1902), en Lenin: O. E, t. 2, p. 28.

[4]El propio Lenin fue consciente de esta circunstancia: “tomamos de Europa occidental la doctrina marxista ya acabada”. VII Congreso extraordinario del PC(b) de Rusia, en Lenin: O. E, t. 8, p. 10.

[5]¿Qué hacer? (1902), en Lenin: O. E, t. 2, p. 28.

[6]Una tendencia retrógrada en la socialdemocracia rusa (1899), en Lenin: Obras Completas, t. 4, Progreso, p. 260.

[7]¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento (1902), en Lenin: O. E, t. 2, p. 37.

[8]Declaración de la redacción de Iskra (1900), en Lenin: O. C, t. 4, pp. 376 y 367

[9]Así describía Lenin el papel de este organismo: “la organización obrera «fabril» debe ser tan clandestina por dentro y tan «ramificada» por fuera, esto es, en sus: relaciones externas, debe proyectar sus tentáculos tan lejos, y en las más diversas direcciones, como cualquier otra organización revolucionaria. Recalco que, en este caso también el núcleo y el dirigente, el «dueño», debe. ser necesariamente el grupo de obreros revolucionarios. Debemos romper del todo con la tradición de las organizaciones socialdemócratas de tipo puramente obrero o profesional (…)”. En Lenin: O. C, t. 6, p. 16.

[10]Un paso adelante, dos pasos atrás (1904), en Lenin: O. E, t. 2, pp. 327 y 328.

[11]Ibid., p. 328.

[12]Ibid., pp. 339 y 340.